domingo, 28 de octubre de 2007

ella

La vi sentada, con la cabeza baja y la respiración entrecortada.


En sus manos, un pañuelo desgastado del que se bastaba para refugiarse de sus recuerdos.


En su mente, una imagen pasada que no podía olvidar.

Lágrimas, suspiros y manos temblorosas. Inquieta, y a la par sollozando por dentro. Sentada sobre el asfalto, con los ojos rojos de tanto lamento, se apoyaba sobre una columna de piedra. Cuando intuyó que me encontraba cerca de ella agachó aún más la cabeza, tratando de justificarse; ruborizada. Le invité a un abrazo y compañía. Se mostraba reticente, pero al final logré acercarme a ella un poco más.


Estuvimos hablando durante horas, finalmente logré hacerle sonreír. Su mente no se hallaba por completo conmigo, yo lo sabía, ella también, pero ninguna de las dos quiso importunar haciendo cualquier comentario al respecto.



En el fondo, ella simplemente necesitaba alguien que le acompañase aquella tarde de lágrimas y reflexiones. A veces también vuelve a mi ese entresijo de nostalgia y abatimiento. Es más, cuando entonces nos despedimos y ella se dió la vuelta, no pude evitar llorar un poquito sin darme cuenta, como si esas falsas lágrimas quisieran parte de mención en la historia que acabo de recordar.

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